"Poeri regresó; había terminado su inspección y se retiró a su habitación para pasar lashoras ardorosas del día. Tahoser le siguió tímidamente, y se quedó cerca de la puerta,dispuesta a salir al menor gesto; pero Poeri le indicó que se quedase. Entonces ellaavanzóalgunos pasos y se arrodilló en la estera. —Hora, me has dicho que sabes tocar la bandurria. Coge ese instrumento colgado enla pared, haz sonar sus cuerdas y canta algún antiguo cántico muy dulce, muy tierno ymuy lento. El sueño mecido por la música se llena de bellas visiones.La hija del sumo sacerdote descolgó la bandurria, se aproximó al sofá en que Poeri sehabía echado, apoyando la cabeza en el testero de forma de media luna, alargó el brazohasta el extremo del instrumento, cuya caja oprimía contra su emocionado pecho,recorriólas cuerdas con la mano e hizo sonar algunos acordes. Después cantó con justaentonación,aunque con voz algo temblorosa, un antiguo cántico egipcio, vago suspiro de losantepasados, transmitido de generación en generación, en el que se repetía una frase dedulce y penetrante monotonía. —En efecto, no me habías engañado —dijo Poeri volviendo hacia la doncella sus ojosde un azul oscuro—. Conoces los ritmos como una tocadora de profesión y podríasejercer tu arte en el palacio del rey. Pero además das al canto una expresión nueva; ese cánticoque recitabas parecía como si lo inventases y le comunicabas mágico encanto. Tufisonomía no es la misma de esta mañana y parece que otra mujer aparece al través de timisma, como una luz detrás de un velo. ¿Quién eres? —Soy Hora —respondió Tahoser—. ¿No te he contado ya mi historia? Únicamenteme he quitado el polvo del camino de la cara, arreglado los pliegues de mi vestido y puesto una ramita de flores en el pelo. Ser pobre no es una razón para ser fea, y hayvecesen que los dioses niegan la belleza a los ricos. ¿Quieres que continúe?
—Si; repite esa música que me fascina, embota mis sentidos y obscurece mi memoriacomo lo haría una copa de "nepentés"; repítela, hasta que venga el sueño y con él elolvido,Los ojos de Poeri, fijos en Tahoser al principio, se cerraron a medias, y, finalmente, por completo. La doncella continuó haciendo sonar las cuerdas y repitiendo, cada vezconvoz mas baja, el estribillo de la canción.Poeri dormía; ella cesó en su música y empezó a refrescarle con un abanico de hojasde palmera que encontró sobre la mesa.Poeri era hermoso, y el sueño comunicaba a sus facciones una expresión inefable delanguidez y de ternura. Sus largas pestañas bajadas parecían velarle alguna celestevisióny sus hermosos labios rojos entreabiertos temblaban como si dirigieran mudas palabrasaun ser invisible.Después de contemplarle largo rato, Tahoser, apasionada, se inclinó sobre la frentedel dormido mancebo, y conteniendo el aliento y oprimiéndose el corazón con la mano, puso en ella un beso miedoso, furtivo, alado; y después se incorporó avergonzada yruborosa.El durmiente sintió vagamente, al través de su ensueño, el contacto de los labios deTahoser, exhaló un suspiro y dijo en hebreo: —¡Oh, Raquel! ¡mi amada Raquel!Felizmente que esas palabras de lengua desconocida no tenían sentido alguno para lahija de Petamunoph. Y Tahoser volvió a mover el abanico de hojas de palmera,esperandoy temiendo que Poeri se despertase".
Theophile Gautier
La novela de la momia.


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