
La montaña mágica (fragmento)
"Actualizadas y explicadas en palabras, sus impresiones se podían resumir del modo siguiente: la muerte era de una naturaleza piadosa, significativa y tristemente bella, es decir, espiritual;pero, al mismo tiempo, también poseía una segunda naturaleza, casi contraria, muy física y material que, desde luego, no se podía considerar bella, ni significativa, ni pìadosa, ni siquiera triste. La naturaleza solemne y espiritual se expresaba en la suntuosa mortaja y ataúd del difunto, las magníficas flores y las palmas que, como se sabe, significaban la paz celestial; además, y más claramente todavía, en el crucifijo entre los fríos dedos de lo que fuera el abuelo, en la figura del Cristo bendiciendo de Thorwaldsen, que se hallaba en la cabecera del féretro, y en los dos candelabros que se alzaban a ambos lados, los cuales, en aquella ocasión, habían adquirido igualmente un carácter sacro. Todas aquellas disposiciones claramente hallaban su sentido y su buen fin en la idea de que el abuelo había adoptado su forma definitiva y verdadera para siempre. Pero además, como muy bien captó el pequeño Hans Castorp, aunque no quiso reconocerlo, todo aquello, y especialmente a su vez, la enorme cantidad de flores (y, entre éstas, en particula de nardos) tenía otro sentido y otro fin más prosaico: mitigar ese otro aspecto de la muerte que no es ni bello ni realmente triste, sino más bien casi indecente, bajo, indignamente físico; hacer olvidar o impedir tomar conciencia de la muerte".
Thomas Mann.
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